lunes, 7 de noviembre de 2011

(original) análisis socilógico : José María Arguedas Altamirano





I.- ÍTEMS GENERALES A DESARROLLAR
1.1. NOMBRE DE LA OBRA:
“Los ríos profundos”
1.2. NOMBRE DEL AUTOR:
José María Arguedas Altamirano
1.3. EDITORIAL:
Losada
1.4. AÑO DE PUBLICACIÓN:
1958
1.5. LUGAR DE PUBLICACIÓN
Buenos Aires, ARGENTINA.



II.-ÍTEMS ESPECÍFICOS  A DESARROLLAR.

2.1. RESEÑA BIOGRÁFICA DEL AUTOR:

·         Biografía básica:
José María Arguedas nació el 18 de enero de 1911, en la cuna de la cultura Chanca, Andahuaylas. Su infancia no fue muy grata, pues a los dos años de edad falleció su madre, y pronto se fue a vivir con su abuela paterna.
En 1915, su padre se muda a Lucana, Ayacucho, donde se casa con una rica hacendada. La casa estaba llena de sirvientes indígenas, que eran maltratados por su madrasta. Según Arguedas, el desprecio por ellos llegaba a igualarse al que sentía por él, y terminó mandándolo a dormir con los sirvientes. Escapó de su casa, y se fue a recorrer el país con su padre.
Pasó por Cusco, Huamanga y Abancay, esta última ciudad, escenario de su magnífica novela “Los ríos profundos”. En 1931, con 20 años, se estableció en Lima, e ingresó a la Facultad de Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 1937 fue apresado por participar en protestas estudiantiles y fue trasladado al penal “El Sexto” de Lima, donde permaneció 8 meses en prisión, episodio que tiempo después evocó en la novela del mismo nombre. Sin embargo, su primera obra fue “Yawar fiesta”, publicada diez años después (1941).
Ya había logrado su licenciatura y trabajaba en el Ministerio de Educación y en las grandes unidades escolares Alfonso Ugarte, Nuestra Señora de Guadalupe y Mariano Melgar de Lima. En 1958, “Los ríos profundos” lo consagraría como el precursor de la corriente indigenista, donde también participaba Ciro Alegría.
Poco después comenzaría su cátedra en la Universidad Agraria de La Molina, y con eso, la publicación de sus obras “El Sexto” (1961), “Todas las sangres” (1964) y “El  sueño del pongo” (1965), entre otras. El 28 de noviembre de 1969, una bala en la sien le quitó la vida al ilustre personaje. Minutos antes, escribió una carta de despedida, una carta donde explicaba que el sufrimiento le había ganado la partida.
·         Posturas políticas:
 Siempre estuvo  cerca de los grupos y movimientos de izquierda socialista. Podemos decir que simpatizaba con ellos. Su correspondencia con Hugo Blanco y los diarios que integran” El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo”  dejan constancia de esa cercanía. Se podría decir sin forzar arbitrariamente las cosas que la de Arguedas era más bien la sensibilidad correspondiente a un socialismo que Mariátegui llamó indoamericano, fundado no en las premisas marxistas sino en la visión y ética de los pueblos andinos. En cambio siempre fue un militante en el terreno de la cultura, en la forma de pensarnos y representarnos, porque estaba convencido de la influencia que el trabajo cultural tiene en el cambio del orden de las cosas y de las gentes. En el ambiente cultural en que nos movíamos los grupos de izquierda socialista, signado por ideas economicistas y del voluntarismo militarista que desdeñaban el trabajo cultural y el desarrollo científico, esta opción de José María era respetada aunque no compartida por la mayoría de sus estudiantes. Excitados por el frenesí de acontecimientos y combates sociales y políticos a fines de los 50 y comienzos de los 60 lo queríamos haciendo su magisterio dentro de alguna organización política de las que había en ese tiempo. El contenido inevitablemente nos recuerda las palabras con que Mariátegui presenta sus Sietes Ensayos a los lectores y la cita de Nietzsche a la entrada de la obra: meter sangre en las ideas. Eso es lo que significa primordialmente ser militante. Hoy la publicación de su correspondencia corrobora lo que nos comunicó a sus estudiantes. A su salida de El Sexto se integró como militante en el Partido Comunista Peruano y salió de esa organización al vivir una dura decepción.

·         Ubicación en la estructura social.

Escritor y antropólogo peruano. Su labor como novelista, como traductor y difusor de la literatura quechua, y como antropólogo y etnólogo,  de incorporar la cultura indígena a la gran corriente de la literatura peruana escrita en español desde sus centros urbanos.  La cuestión fundamental que plantean estas obras, pero en especial la de Arguedas, es la de un país dividido en dos culturas —la andina de origen quechua, la urbana de raíces europeas— que deben integrarse en una relación armónica de carácter mestizo. Los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto plantea son el núcleo de su visión. Nacido en Andahuaylas, en el corazón de la zona andina más pobre y olvidada del país. Perteneció de niño a la clase social de los profesionales por parte de su padre, por la misma profesión; posteriormente pasa al grupo social indígena por el abandono de su padre y dejarlo en manos de la madrastra que lo maltrataba.
Adulto, Arguedas, pertenece a la clase media; dedicado íntegramente a la docencia universitaria; pero siempre con tendencias por la clase más olvidada los indígenas por la que siempre abogó.

2.2 ARGUMENTO DE LA OBRA:

Ernesto llega al Cuzco , con su padre Gabriel, era abogado y se dirigen a la catedral , a visitar al Señor de los Temblores , luego pasan alojarse en la casa de un pariente que  le decían el “viejo” que era un hombre avaro, y malo que explotaba a los indios. Por la profesión de su padre (abogado), viajo por diversos pueblos y ciudades de la sierra y de la costa, acompañando a su padre y de las cuales cuenta sus anécdotas que le sucedían en este caminar.
En Abancay lo matricula en un colegio de religiosos, cuyo director es el padre Linares, en este internado se queda su hijo. Los días domingos el salía a recoger la ciudad y en especial se dirigía a la hacienda Patibamba, donde veía la vida de los indios. Pacha chaca, el río cercano a Abancay, sobre el cual los conquistadores españoles construyeron un puente de piedra y cal que hasta hoy sobrevive. Con la esperanza de poder encontrar a algún indio colono de la hacienda, Ernesto aprovecha los domingos para visitar Huanupata, el barrio alegre de Abancay, poblado de chicherías, arrabal pestilente donde también se podían encontrar mujeres fáciles. Para su sorpresa no encuentra a ninguno de los colonos, y solo ve a muchos forasteros y parroquianos. De todos modos continua frecuentando dicho barrio, pues los fines de semana iban allí músicos y cantantes a tocar arpa y violín  y cantar huaynos, lo que le recordaba mucho a su tierra. Luego pasa a describir la vida en el internado; en primer lugar cuenta como el Padre organizaba a los alumnos en dos bandos, uno de «peruanos» y otro de «chilenos» y lo hacía enfrentar en el campo, a golpes de puño y empellones, como una manera de «incentivar» el espíritu patriótico. Luego menciona a los alumnos, refiriendo sobre sus orígenes y características: el Lleras y el Añuco, que eran los más abusivos y rebeldes de los alumnos; el Palacitos, el de menor edad, y a la vez el más tímido y débil de todos; el Romero, el Peluca y otros más. También se menciona a una joven demente, la opa Marcelina, que era ayudante en la cocina y que solía ser desnudada y abusada sexualmente por los alumnos mayores, sobre todo por el Lleras y el Peluca. El Lleras incluso trata de forzar al Palacitos para que tenga relaciones sexuales con la opa, mientras ésta era sujetada en el suelo con el vestido levantado hasta el cuello. El Palacitos se resiste, llorando y gritando.
Los alumnos, el Antero o Markask’a, rompe la monotonía de la escuela al traer un trompo muy peculiar al cual llaman zumbayllu, lo que se convierte en la sensación de la clase. Para los mayores solo se trata de un juguete infantil pero los más chicos ven en ello un objeto mágico, que hace posible que todas las discusiones queden de lado y surja la unión. Antero le regala su zumbayllu a Ernesto y se vuelven desde entonces muy amigos. Ya con la confianza ganada, Antero le pide a Ernesto que le escriba una carta de amor para Salvinia, una chica de su edad a quien describe como la niña más linda de Abancay. Luego, ya en el comedor, Ernesto discute con Rondinel, un alumno flaco y desgarbado, quien le reta a una pelea para el fin de semana. Lleras se ofrece para entrenar a Rondinel mientras que Valle alienta a Ernesto. Ernesto le entrega a Antero la carta que escribió para Salvinia; Antero la guarda sin leerla. Luego le cuenta a su amigo su desafío con Rondinel. Antero se ofrece para amistarlos y lo logra, haciendo que los dos rivales se den la mano. Luego todos se van a jugar con los zumbayllus. Al mediodía escuchan una gritería en las calles y divisan a un tumulto conformado por las chicheras del pueblo. Algunos internos salen por curiosidad, entre ellos Antero y Ernesto, que llegan hasta a la plaza, la que estaba copada por mujeres indígenas que exigían que se repartiera la sal, pues a pesar de que se había informado que dicho producto estaba escaso, se enteraron que los ricos de las haciendas las adquirían para sus vacas. Encabezaba el grupo de protesta una mujer robusta llamada doña Felipa, quien conduce a la turba hacia el almacén, donde encuentran 40 sacos de sal cargados en mulas. Se apoderan de la mercancía y lo reparten entre la gente. Felipa ordena separar tres costales para los indios de la hacienda de Patibamba. Ernesto la acompaña durante todo el camino hacia dicha hacienda, coreando los huaynos que cantaban las mujeres. Reparten la sal a los indios, y agotado por el viaje Ernesto se queda dormido. Despierta en el regazo de una señora blanca y de ojos azules, quien le pregunta extrañada quién era y qué hacía allí. Ernesto le responde que había llegado junto con las chicheras a repartir la sal. Ella por su parte le dice que es cuzqueña y que se hallaba de visita en la hacienda de su patrona; le cuenta además cómo los soldados habían irrumpido y a zurriagazos arrebataron la sal a los indios. Ernesto se despide cariñosamente de la señora y luego se dirige hacia el barrio de Huanupata, donde se mete en una chichería para escuchar a los músicos. En el colegio Ernesto es llevado por el Padre a la capilla. Luego de azotarlo el Padre le interroga severamente. Ernesto se atreve a responderle que solo había acompañado a las mujeres para repartir la sal a los pobres. El Padre le replica diciéndole que aunque fuese por los pobres se trataba de un robo. Finalmente castiga a Ernesto prohibiéndole sus salidas del domingo. Al día siguiente Ernesto acompaña al Padre al pueblo de los indios de la hacienda. El Padre se sube a un estrado y empieza a sermonear a los indios en quechua. Les dice que todo el mundo padece, unos más que otros, pero que nada justifica el robo, que el que roba o recibe lo robado es igual condenado. Pero se alegraba que ellos hubieran devuelto la mercancía y que ahora la recibieran en mayor cantidad. Ante esta prédica ardiente las mujeres rompen en llanto y todos se arrodillan. Terminada su prédica, el Padre ordena a Ernesto volver al colegio, mientras que él se quedaría a dar la misa. Ernesto aprovecha para averiguar sobre la señora de ojos azules. El mayordomo de la hacienda le responde que conocía a la tal señora pero que ella se iría con su patrona al día siguiente, por temor al arribo del ejército, que venía a imponer el orden. Ernesto regresa al colegio y le recibe el hermano Miguel, quien le da el desayuno y le cuenta que esa mañana dedicaría a los alumnos a jugar vóley en el patio. Luego irrumpe Antero trayendo un Winku, un trompo El Padre ordena que todos los alumnos se reconcilien con el hermano Miguel, quien les pide perdón y abraza a cada uno de ellos, pero cuando se acerca al Lleras, éste le hace un gesto de repulsión y se corre a esconderse. No lo vuelven a ver más; después supieron que aquella misma noche huyó del colegio. El Añuco también se alista para irse del colegio, aunque reconciliado con todos. El Palacitos se alegra pues cree que con la reconciliación ya no ocurrirán más desgracias en el pueblo.
Ernesto le pide al Romerito que por medio del canto de su rondín envíe un mensaje a su padre. Los alumnos comentan los chismes de la ciudad: las chicheras capturadas son azotadas en el trasero desnudo, y al responder a los militares con su lenguaje soez, les meten excremento en la boca. Cuentan también que doña Felipa y otras chicheras habían huido cruzando el puente del Pacha chaca, donde dejaron a una mula degollada, con cuyas tripas cerraron el paso atándola a los postes. La cabecilla dejó su rebozo en lo alto de una cruz de piedra, a manera de provocación. Al acercarse los soldados, estos reciben disparos de lejos y no se atreven por lo pronto a perseguirlas, pues las chicheras ya iban con ventaja. Llegado el sábado, Ernesto y Antero conversan en el patio del colegio. Antero cuenta que el Lleras había huido del pueblo, junto con una mestiza; el Ernesto señala que no podría seguir más allá del Apurímac pues el sol lo derretiría. En cuanto al Añuco, comentan que los Padres planeaban hacerle fraile. También mencionan el temor de la gente de que doña Felipa retornase con los chunchos (selváticos) a atacar las haciendas y revolver a los colonos; ante esa situación, el Antero dice que estaría de parte de los hacendados. Ambos van a la alameda, a visitar a Salvinia y a su amiga Alcira. Al ver a esta última, Ernesto nota que se parecía mucho a Clorinda, una jovencita del pueblo de Saisa, de quien en su niñez se había enamorado y de la que jamás volvió a saber. Pero nota que Alcira tiene las pantorrillas muy anchas y eso le desagrada. Al poco rato Ernesto se despide, y corriendo llega al barrio de Huanupata, metiéndose en una chichería, que estaba llena de soldados. Uno de estos afirma que Felipa estaba muerta. Cuando Ernesto pregunta a una de las mozas si era cierto eso, ésta se ríe y lo empuja, botándole de la chichería. Ernesto se va corriendo hacía el puente del Pacha chaca, para ver los restos de la mula muerta y el rebozo de doña Felipa que flameaba en la cruz. Al llegar, divisa al padre Augusto que bajaba cuesta abajo, seguido sigilosamente por la opa Marcelina. Ésta, al ver el rebozo, se detiene frente la cruz. Se sube en ella y ya con la prenda en su poder se deja caer, resbalando hasta el suelo. Se coloca el rebozo con alegría y continúa siguiendo al padre Augusto, quien iba a dar misa a Nina bamba, una hacienda aledaña. Ernesto retorna a la ciudad y ya al atardecer regresa al colegio donde se entera que al día siguiente partiría Añuco. El Añuco regala sus «daños» o canicas rojas al Palacitos. Todos se sienten conmovidos. Al día siguiente se levantan muy temprano y deciden que no haya ya pelea entre el Chipro y Valle. Van todos a ver la retreta en la plaza. La banda militar la conforman reclutados que tocan instrumentos musicales de metal; el Palacitos estalla de alegría al reconocer en el grupo al joven Prudencio, de su pueblo natal. Ernesto se retira para buscar a Antero y a Salvinia y Alcira. Encuentra a las dos chicas pero ve que un joven, que se identifica como hijo del comandante de la Guardia, invita a Salvinia a caminar, tomándola del brazo. Tras ellos va otro muchacho. De pronto aparece Antero furioso, quien increpa a los dos jóvenes. Les dice que la chica es su enamorada. Se produce una gresca. Ernesto deja a Antero con su lío y se dirige al barrio de Huanupata. Entra a una chichería donde se estaba un arpista, a quien todos admiran y llaman el papacha Oblitas. Al local ingresa luego un cantor, que había llegado a la ciudad acompañando a un kimichu (indio recaudador de limosnas para la Virgen); Ernesto recuerda haberlo visto, años atrás, en el pueblo de Aucará, durante una fiesta religiosa. Conversan ambos. El cantor dice llamarse Jesús Waranka Gabriel y relata su vida errante. Ernesto le invita un picante. Una moza empieza a cantar una canción en la que ridiculiza a los guardias, apodados «guayruros» (frijoles) por el color de su uniforme (rojo y negro). El arpista le sigue el ritmo. Un guardia civil que pasaba cerca escucha e ingresa al local, haciendo callar a todos. Se produce un tumulto y los guardias se llevan preso al arpista. Los demás se retiran. Ernesto se despide del cantor Jesús y regresa a la plaza. Ve al Palacitos, alegre y orgulloso, que no dejaba al Prudencio. También encuentra a Antero, quien se había amistado con el joven con quien peleara poco antes. Se lo presenta: se llamaba Gerardo y era natural de Piura. El otro joven que le acompañaba era su hermano Pablo. Ernesto les estrecha las manos. Luego se despide y se encuentra con el Valle, paseando orondo con su ridículo k’ompo o corbata y escoltado por señoritas. Decide volver al colegio pero antes quiere visitar al papacha Oblitas, que estaba en la cárcel. El guardia de la entrada no lo deja ingresar; solo le informa que el arpista sería liberado pronto. Ernesto retorna entonces al colegio y se topa con Peluca, a quien encuentra muy angustiado pues ya no encontraba a la opa. La cocinera le cuenta a Ernesto que la opase había subido a la torre que dominaba la plaza.
Los guardias que fueron en persecución de doña Felipa no logran capturarla. Poco después los militares se retiran de la ciudad y la Guardia Civil ocupa el cuartel. Ernesto no entiende a muchas señoritas de la ciudad, quienes se habían deslumbrado con los oficiales y lloraban su partida. Se decía que algunas habían sido deshonradas «voluntariamente» por algunos oficiales. En el colegio, Gerardo, el hijo del comandante se convierte en una especie de héroe. Supera a todos en diversas disciplinas deportivas. Solo al Romero no logra ganarle en salto. El Antero se convierte en su amigo inseparable. Ernesto se enoja cuando ambos, Gerardo y Antero, empiezan a hablar de las chicas como si fueran trofeos de conquista, jactándose que cada uno tenía ya dos enamoradas al mismo tiempo. En cuanto a Salvinia, Antero ya la había dejado, por coquetear, según él, con Pablo, pero junto con Gerardo la tenían «cercada» y no dejaban que ningún chico se le acercara. Mientras que ambos tenían a su disposición todas las mujeres que quisieran, pues ellas se les entregaban. Ernesto se molesta y les dice que ambos son unos perros iguales al Lleras y al Peluca. Se alteran y en el calor de la discusión Ernesto insulta y patea a Gerardo; Antero los contiene. Aparece el Padre Augusto y ante él Ernesto trata de devolver a Antero su zumbayllu, pero Antero no lo acepta pues se trataba de un regalo. El Padre les pide que resuelvan entre ellos su problema. Desde entonces Antero y Gerardo no volvieron a hablar con Ernesto. Éste entierra el zumbayllu en el patio interior del colegio, sintiendo profundamente el cambio de Antero, a quien compara con una bestia repugnante. Por su parte Pablo, el hermano de Gerardo, se amista con el Valle, y junto con otros jóvenes forman el grupo de los más elegantes y cultos del colegio. Otro día Ernesto se encuentra con el Peluca, quien estaba preocupado porque la opa ya no aparecía. Decían que estaba enferma, con fiebre alta. Los alumnos comentan el rumor de que la peste de tifu  causaba estragos en Nina bamba, la hacienda más pobre cercana a Abancay, y que podía llegar a la ciudad. A la mañana siguiente Ernesto se levanta con un presentimiento y va corriendo a la habitación de la opa: la encuentra ya agonizante y llena de piojos. Muy cerca la cocinera lloraba. El Padre Augusto ingresa de pronto y ordena severamente a Ernesto que se retire. El cuerpo de la opa es cubierto con una manta y sacado del colegio. A Ernesto lo encierran en una habitación, temiendo que se hubiera contaminado con los piojos, transmisores del tifu. Le lavan la cabeza con creso pero luego le revisan el cabello y no le encuentran ningún piojo. El Padre le comunica que suspendería las clases por un mes y que le dejaría volver donde su papá. Pero debía permanecer todavía un día encerrado. Todos los alumnos se retiran, sin poder despedirse de Ernesto, a excepción del Palacitos, quien se acerca a su habitación y por debajo de la puerta le deja una nota de despedida y dos monedas de oro «para su viaje o para su entierro». El portero Abraham y la cocinera también presentan síntomas de la enfermedad. Abraham regresa para morir a su pueblo, y la cocinera fallece en el hospital. El Padre al fin decide soltar a Ernesto, al tener ya el permiso de su papá de enviarlo donde su tío Manuel Jesús, «el Viejo». Ernesto le desagrada al principio la idea pero al saber que en las haciendas del Viejo, situadas en la parte alta del Apurímac, laboraban cientos de colonos indios, decide partir cuanto antes. Libre al fin y ya en la calle, Ernesto decide ir primero a la hacienda Patibamba, la más cercana a Abancay, para ver a los colonos. Al cruzar la ciudad, la encuentra solitaria y con todos los negocios cerrados. Entra en una casa y encuentra a una anciana enferma echada en el suelo, abandonada por su familia y esperando la muerte. Ya en la salida de la ciudad se topa con una familia que huía con todos sus enseres. Se entera que pronto la ciudad sería invadida por miles de colonos (peones indios de las haciendas) contagiados de la peste, los cuales venían a exigir que el Padre les oficiara una misa grande para que las almas de los muertos no penaran. Ernesto llega al puente sobre el Pacha chaca y lo encuentra cerrado y vigilado por los guardias. Pero él sale de la ciudad por los cañaverales y llega hasta las chozas de los colonos de Patibamba. Pero ninguno de ellos lo quiere recibir. A escondidas observa a una chica de doce años extrayendo nidos de piques o  pulgas de las partes íntimas de otra niña más pequeña, sin duda su hermanita. Conmovido por tal escena, Ernesto se retira corriendo, y termina tropezándose con una tropa de guardias encabezada por un sargento. Tras identificarse ante estos, el Sargento le dice que Gerardo, el hijo del comandante, le había encargado protegerlo mientras se hallara en la ciudad. Ernesto responde que Gerardo no era igual que él, pero el Sargento no le entiende. Aprovecha la ocasión ofreciéndose para llevar un mensaje del Sargento para el Padre, por el cual el oficial avisaba que tenía la orden de sus superiores de dejar pasar a los colonos; que los guardias se retirarían a medida que avanzaran estos y que a medianoche estarían llegando los indios a la ciudad. Ernesto vuelve entonces al colegio, dando el mensaje al Padre. Este le dice estar ya dispuesto a dar la misa y que ordenaría dar tres campanadas a medianoche, para reunir a los indios. Solo en caso de que no llegara el sacristán solicita a Ernesto que le ayude en la misa. Pero aquel llega y Ernesto se queda entonces a dormir en el colegio; escucha las campanadas y se da cuenta que la misa es corta. Al día siguiente se levanta temprano y parte, esta vez ya definitivamente, de la ciudad. Se da tiempo de dejar una nota de despedida en la puerta de la casa de Salvinia, junto con un  lirio. Cruza el puente de la Pacha chaca y contempla las aguas que purifican al llevarse los cadáveres a la selva, el país de los muertos, tal como debieron arrastrar el cuerpo del Lleras.
2.2. TIEMPO REAL

Esta obra se escribe cuando se encuentra en Lima, ya como maestro secundario y en la vida política Manuel Odria se convierte en presidente de la república del Perú ,cabe destacar que esta obra es el inicio de su nacionalismo y la gran preocupación por la gente indígena que era explotada.

2.3. TIEMPO FICCIONAL

La obra no tiene nada de ficción es de la vida real, claro está que  cambia los nombres de personajes, pero en el fondo es la vida de José María.

2.4. CONFLICTO MAYOR

Fue  la disputa por la sal, y en la cual los hacendados preferían darles a las vacas antes que los humildes indios que la necesitaban para su alimentación.

2.5. CONFLICTO MENOR

Es el abandono de parte del padre hacia el hijo, donde él tiene que luchar, a la falta de padre y no tiene más refugio que convivir con los indios quien lo cobija.

2.6. EL HÉROE

Es el niño Ernesto

2.7. EL ANTIHÉROE.

Es  el abuso por parte de los gamonales hacia los indios, es el banco abusando de quien es dueño legítimo de las tierras.

III. COMENTARIO FINAL

 A través de sus  obras literarias, sus investigaciones científico sociales, musicales y folklóricos, denunció  la diáspora que somete a la cultura andina desde hace quinientos años. La cultura occidental menosprecia su cosmovisión, su lengua y costumbres. José María Arguedas  nos enseñó a amar nuestro pasado y a reconocernos en él.  En las novelas y artículos de su autoría, habla de la cultura de la resistencia, de cómo pasaron de ser señores de toda la tierra a tener que refugiarse en las alturas para sobrevivir.

Nos ensaña que el Perú es un país de todas las sangres, donde co-existen diversas formas culturales y recusa que una cultura sea sometida por otra. Defiende el derecho que nos asiste a todos los peruanos de ser respetados social, legal, y económicamente  con  nuestras diversas formas culturales y no ser avasallados por nadie, so pretexto de la integración. Arguedas fue uno de los primeros en analizar las causas y consecuencias del coloniaje cultural, mental y social que nos impuso la cultura dominante caracterizada por la exclusión, predominio individual y egoísmo generalizado.

Arguedas fue un abanderado de la protección del ecosistema, al narrar en sus novelas los efectos de la contaminación de los relaves y residuos mineros que caracteriza su forma de producción y explotación. Se manifiesta claramente contra el racismo que pulula en las ciudades de la costa, la sierra y la Amazonía. Plantea la contradicción principal que padece el Perú, representado por lo indio andino y lo criollo, desde el tiempo de la conquista, dando origen a una república de blancos y otra república de indios. Habla de un mundo pluricultural y multiétnico. Dice que el mundo andino que habita en Lima, al contacto del mundo criollo tradicional, ha creado una nueva identidad, que es necesario respetar, promover y tolerar sin exclusiones de ningún tipo.

 Arguedas propone una integración triunfante, es decir aquella en que el colonizador respeta las otras culturas, y no se convierte en una integración avasallante.